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En arquitectura, el dibujo a mano es un gesto casi anacrónico, un dejo de nostalgia que denota renuencia a desprenderse del arte.

Como técnica de representación, el dibujo se ha perdido, sofocado en medio del vertedero digital de un efectismo genérico; vencido por el hiperrealismo maquilado del render. La imagen se comió a la arquitectura. La imagen es esa superficie fluida y cambiante que a partir de fórmulas y ecuaciones esconde estructuras básicas: cálculos, intenciones, códigos. La imagen es velo y simulación.

Dibujar a mano se acerca más al rito que a la herramienta de trabajo. Un intento por reconectar con un sistema profundo de símbolos y señas, por comulgar con una tradición o renegar de ella –por reactivarla o reimaginarla– a través del guiño y la referencia.

El dibujo a mano sustituye la fórmula por la evocación.

Dibujar a mano es preguntar: ¿dónde está la arquitectura? ¿En en el espacio, en la construcción de objetos, en el papel? ¿En las relaciones que se tejen entre todo ello?

Como técnica de abstracción, el dibujo se reafirma, ensayando equilibrios delicados de repetición y variación a través de la composición. Sirve para escudriñar y recuperar fragmentos de entre los escombros de la ambición –la necedad– totalizante de la arquitectura. En lugar de esconderlas, resucita otras estructuras básicas –formales, estéticas, cognitivas– que sostuvieron a la arquitectura como práctica cultural durante siglos antes de la irrupción del software. El dibujo a mano revela, despeja y apunta.

En arquitectura, el dibujo a mano es un gesto casi heroico, una frágil declaración de principios, un ejercicio íntimo, ambiguo y liberador.

Mario Ballesteros

Autor: Alessandro Arienzo
Where and When: Breve Galery, Mexico City, 2015